LA HISTORIA
Estaba leyendo un libro, como habitualmente suelo hacerlo a las cinco de la madrugada, mientras espero el tren que me llevará al lugar donde trabajo. Nada hacía suponer que....sabía que estas cosas no suelen pasar así como así...Mejor dicho, nunca he oído a alguien que le pasara algo similar. El hecho es que estoy pensando si lo que desayuné antes de salir de casa era realmente café o era un alucinógeno camuflado de un sabor especial. Sé que estaba sobrio,...pero al mismo tiempo sé que no puede ser verdad....o tal vez sea un presagio...e incluso he pensado que se trataba de un sueño, un espejismo, una locura o similar...pero era tan claro, tan real y palpable que aún no logro entender lo que sucedió.
La estación donde pasan los trenes, suele estar repleta de bancos. Algunos de los cuales están ocupados por inquilinos habituales:
...como el verde, donde siempre reposa Geltrudis, una mujer abierta y campechana, un poco demacrada pero con gran simpatía y un excelente corazón...
...o el rojo, donde por regla general está el señor x, siempre rodeado de periódicos y con el que núnca he mantenido conversación alguna.
También está el azul, el amarillo, el naranja...todos ellos repletos hasta rebosar.
En el blanco, por ejemplo, está Sonia y en el violeta, Agustín. Susana y su hermanito, están en el rosa.
Yo, suelo sentarme en el banco marrón que está moteado de incontables inscripciones de nombres y letreros que yo misma, en determinadas ocasiones, he reparado en leer e incluso me he entretenido de éste modo.
Pero es curioso que precisamente el banco que estaba ubicado a mi costado, siempre estuviera vacío. Me llamó la atención que nunca se sentara nadie en allí, como a veces ocurría con otros desalojados...ni siquiera se posaba pájaro alguno...
A veces, cuando salía de casa, pensaba que ese día sería un día especial y que en aquel banco tan bonito se encontraría reposando un hada, un genio o algo similar, o que a lo mejor, alguien lo habría cambiado de color por la noche, como pasaba cada madrugada con algunos de los bancos.
Pero no, pasaban los días, las semanas y los meses, y mientras Ambrosio, por ejemplo se había cambiado de sitio cinco veces; Pelegrín por su parte, lo que hacía era cambiar de color del mismo: de marrón a azul con margariatas blancas, de éste a negro y blanco, como si de una cebra se tratara.
Pues bien, el banco que estaba a mi lado, seguía con la abundante cromatidad de siempre...y sin ningún alma alrededor.
Un día se me ocurrió preguntar a Don Amado, que era así como le llamaban al Señor X, algunas veces, por qué en aquel banco, junto a él, no se sentaba nunca nadie...Apenas si me dijo tres palabras de las que comprendí dos. De todas formas, decidí seguir indignado para obtener mejores resultados.
Así fue como decidí interrogar a Silveria sobre el asunto, pero en vista de la poca atención que me dispensaba o como podemos decir más sarcásticamente: "Dada la Abundancia de sus comentarios”, comprendí que esa cuestión importunaba mucho a la gente del lugar y pronto dejé de efectuarla.
Estaba leyendo un libro, como habitualmente suelo hacerlo a las cinco de la madrugada, mientras espero el tren que me llevará al lugar donde trabajo. Nada hacía suponer que....sabía que estas cosas no suelen pasar así como así...Mejor dicho, nunca he oído a alguien que le pasara algo similar. El hecho es que estoy pensando si lo que desayuné antes de salir de casa era realmente café o era un alucinógeno camuflado de un sabor especial. Sé que estaba sobrio,...pero al mismo tiempo sé que no puede ser verdad....o tal vez sea un presagio...e incluso he pensado que se trataba de un sueño, un espejismo, una locura o similar...pero era tan claro, tan real y palpable que aún no logro entender lo que sucedió.
La estación donde pasan los trenes, suele estar repleta de bancos. Algunos de los cuales están ocupados por inquilinos habituales:
...como el verde, donde siempre reposa Geltrudis, una mujer abierta y campechana, un poco demacrada pero con gran simpatía y un excelente corazón...
...o el rojo, donde por regla general está el señor x, siempre rodeado de periódicos y con el que núnca he mantenido conversación alguna.
También está el azul, el amarillo, el naranja...todos ellos repletos hasta rebosar.
En el blanco, por ejemplo, está Sonia y en el violeta, Agustín. Susana y su hermanito, están en el rosa.
Yo, suelo sentarme en el banco marrón que está moteado de incontables inscripciones de nombres y letreros que yo misma, en determinadas ocasiones, he reparado en leer e incluso me he entretenido de éste modo.
Pero es curioso que precisamente el banco que estaba ubicado a mi costado, siempre estuviera vacío. Me llamó la atención que nunca se sentara nadie en allí, como a veces ocurría con otros desalojados...ni siquiera se posaba pájaro alguno...
A veces, cuando salía de casa, pensaba que ese día sería un día especial y que en aquel banco tan bonito se encontraría reposando un hada, un genio o algo similar, o que a lo mejor, alguien lo habría cambiado de color por la noche, como pasaba cada madrugada con algunos de los bancos.
Pero no, pasaban los días, las semanas y los meses, y mientras Ambrosio, por ejemplo se había cambiado de sitio cinco veces; Pelegrín por su parte, lo que hacía era cambiar de color del mismo: de marrón a azul con margariatas blancas, de éste a negro y blanco, como si de una cebra se tratara.
Pues bien, el banco que estaba a mi lado, seguía con la abundante cromatidad de siempre...y sin ningún alma alrededor.
Un día se me ocurrió preguntar a Don Amado, que era así como le llamaban al Señor X, algunas veces, por qué en aquel banco, junto a él, no se sentaba nunca nadie...Apenas si me dijo tres palabras de las que comprendí dos. De todas formas, decidí seguir indignado para obtener mejores resultados.
Así fue como decidí interrogar a Silveria sobre el asunto, pero en vista de la poca atención que me dispensaba o como podemos decir más sarcásticamente: "Dada la Abundancia de sus comentarios”, comprendí que esa cuestión importunaba mucho a la gente del lugar y pronto dejé de efectuarla.
Sabía que ese banco se estaba convirtiendo en una idea casi obsesiva
para mí, però era incapaz de evitarlo. La curiosidad se apresaba de mí y a
menudo, soñaba con él, e incluso había llegado a crear fantasías sobre lo que
de extraño allí sucedía.
Transcurría el tiempo,
eso sí, de ello tenía buena cuenta Nomberto, que se apoderaba de todos los
relojes de aquellos que se sentaban amigablemente a su lado a conversar. No sé
porque, però creo que llegó a tener en su cuenta dos de los míos y la verdad és
que no sé qué hacía con ellos, porque cada día le veías con un surtido
diferente al del día anterior.
Sí, pasaba el tiempo y
cada día, cada semana perdía un poco de ese entusiasmo que ejercía sobre mí
aquel desértico banco. Puede incluso que me olvidara de él, no sé. Aquella
noche, lo pasé mal, apenas si pude pegar ojo. Así que en cuanto ví que las
agujas del reloj marcaban las cuatro de la madrugada, decidí salir a la
estación en una larga espera de mi tren. Sabía que tendría que esperar, así que
me fuí con un libro nuevo a la misma, habría que leer mucho però la estación
estaba bien iluminada y bastante vigilada. Así que me senté en el banco donde
habitualmente vengo a sentarme , abrí el libro y me dispuse a empezar a leer.
Aunque parezca
mentira, aún no me había percatado de eso, sé que hacía más frío de lo habitual
y al cambiar de pàgina, me percaté de que Pascasio había desaparecido dejando
una flor en su banco. Però eso no me asombró, al fin y al cabo, los inquilinos
de los bancos no permanentes, suelen hacer siempre lo mismo cuando se van.
Però la verdad és que
hacía frío aquella noche y fue el brusco aire helado el que golpeó mi cara y la
giró hacia el banco. Yo, seguro que no fuí, ya que estaba cansado de girar mi
cara y no ver nunca nada.
Però ahora mis ojos se abrieron como platos, no daban crédito a lo que
estaban presenciando; un pequeño niño abrazado a su perro y precisamente estaba
allí, en ese bonito banco. No niego que en un principio me asusté y
sorprendí...no estaba acostumbrado a observar vecino alguno mientras esperaba
el tren. Me sobresalté, és vardad, però cuando me hube repuesto de aquel
suceso, noté como una extraña sensación recorría todo mi cuerpo y como si de un
escalofrío se tratase, me quedé inmóvil observando al pequeño.
Era tan pequeño que me
recordó a mi persona en la infancia e hizo que mi mente recordara hechos que yo
creía olvidados, que ni siquiera creía recordar jamás. No puedo decir, ni
siquiera predecir, el tiempo que estuve en abstraído en ese estado. La
observación me dejó, sin lugar a dudas, fuera de cualquier medida de esta
magnitud. Sin embargo sí recuerdo la razón por la cual mis músculos empezaron a
captar de nuevo los estímulos del frío, a desentumecerse. Fue precisamente en
el momento en que me despojé de mi cazadora con el fin de cubrir su pequeño
cuerpecito...¡Todo me parecía tan extraño!
Creo que fue el roce de la cazadora lo que le despertó, o quizás fuera
cuando se movió el perro al acercarme al niño, o tal vez no fuera ni lo uno ni
lo otro. El hecho és que se despertó y mirándome largo tiempo con aquellos
enormes ojos negros abiertos hasta el infinito.
Una vez despierto, mantuvimos el silencio largo tiempo entre nosotros.
En ese silencio mi mente pensaba que se trataba de otro Señor X, en miniatura.
El silencio me excitaba por momentos, eran tantas las preguntas que
deseaba formularle, que creo que el nerviosismo me jugó una mala pasada y se me
agolparon en la boca, haciéndome un nudo en las cuerdas vocales.
Al final, fue él quien rompió el silencio:
_¡Hola!.
Yo estaba en un elevado grado de nerviosismo. Así que cuando respondí,
pasados cincuenta segundos aproximadamente, lo hice pésimamente:
_¡Holaaa!
La verdad és que me empezaba a doler el estómago y supongo que era por
los nervios del momento. Però creo que no és nada extraño que me doliera la
tripa por la situación. És más, no sabía si lo que me pasaba era un sueño o era
la realidad. Però la curiosodad era superior a cualquier dolor, así que decidí
cambiarme de banco y trasladarme al de aquel pequeño intruso, con el fin de
fisgonear lo que estaba pasando. Cuando ya estuve a su lado, las cosas fueron
más fáciles y ya apenas me acordaba de aquel dolor de estómago.
_¿Cómo te llamas?, le dije yo.
A lo que el respondió que no tenía nombre. Me quedé un poco extrañado, però al momento
supuse que se trataba de cosas de niño. Así que decidí continuar la
conversación y desvié mis asuntos hacia otros asuntos:
_Oye!, ¿Cuántos años tienes?
_No sé, dijo a la vez que se encogía de hombros.
El pequeño era superior a mis fuerzas. O era un grandísimo embustero o
en realidad no sabía nada de nada.
Decidí hacer de nuevo las mismas preguntas, como si de un juego se
tratara, siempre basándome en el argumento de que los niños distorsionan la
realidad hasta conseguir documentos fantásticos.
_De acuerdo, Don Misterioso, le dije yo en tono cariñoso. ¿Que te
parece si empezamaos de nuevo?
Su pequeña cabezita asintió entre la duda y la ignorancia...y en un
arrebato de paciencia me dirigí de nuevo a aquella personita. No duró más de
cinco minutos, porque estaba todo el tiempo juegando por el lugar, però al
final me enteré que su nombre era Fausto, al menos eso me dijo. Eso sí, esos
cinco minutos se hicieron interminables y al principio, sin darle importancia
alguna al tema en cuestión, desde la primera respuesta me di cuenta de su
desorvitada fantasía. En fín, tal era la fascinación que el pequeño había
causado en mí, que no acababa de percatarme de lo que estaba sucediendo a mi
alrededor.
Parecía
increible, pero acababa de formular una de mis preguntas y su cara adquiría un
nuevo matiz. Ligero, eso sí, però al fin y al cabo representaba un cambio.
Observaba en términos minuciosos su metamorfosis. Así que al finalizar nuestro
diálogo, el cuerpo del niño se había metamorfoseado en el de un adolescente. Un
hombrecito que me narró la historia de los bancos hasta el anochecer.
Aún me
parece estar observando su expresión al narrarme lo que allí acontecía, una
expresión de haber visto la cosa más asombrosa jamás observada:
“Y descubrí
si ánimo de averiguar nada en absoluto, que en la estación de trenes donde nos
encontramos ahora tú y yo, acontecen sucesos inimaginables y cuanto menos
insospechados. Suceden las cosas más abrumadoras que te puedas imaginar.
Tan sólo tienes que cerrar los
ojos, sentarte en un banco y respirar profundamente para trasladarte a otra
dimensión”
Banco amarillo , De la pág.14 a la 17
Banco azul, De la pág. 19 a la 23
Banco rosa, De la pág 25 a la 29
Banco verde, De la pág 32 a la 35
Banco rojo, De la pág 37 a la 41
Banco violeta, De la pág. 43 a la 48
Banco gris, De la pág 50 a la 56
Banco Esperanza, De la pág 58 a 61
Te sugiero que cuando finalices la lectura en los bancos, leas también el final de la obra:
Última propuesta pág 63-66
Lo que debo hacer pág 67-68
Banco amarillo , De la pág.14 a la 17
Banco azul, De la pág. 19 a la 23
Banco rosa, De la pág 25 a la 29
Banco verde, De la pág 32 a la 35
Banco rojo, De la pág 37 a la 41
Banco violeta, De la pág. 43 a la 48
Banco gris, De la pág 50 a la 56
Banco Esperanza, De la pág 58 a 61
Te sugiero que cuando finalices la lectura en los bancos, leas también el final de la obra:
Última propuesta pág 63-66
Lo que debo hacer pág 67-68
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